De andar por casa:
Una de las experiencias más fuertes de
la vida es sentirte cazado “con las manos en la masa” y no tener argumentos
para defenderte; ¿Te imaginas?
De repente ves que te perdonan ¿Qué
harías? No te olvides que eso es lo que hace Dios a cada momento contigo,
conmigo y con todos.
✠ Lectura del santo Evangelio según san Juan Jn 8, 1-11
El que esté sin pecado, que le tire la
primera piedra
EN aquel tiempo, Jesús se retiró al monte
de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo
acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y,
colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer
ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear
a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús,
inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin
pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más
viejos, Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿Dónde están
tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
«Tampoco yo te
condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Palabra del Señor.
Vamos a hacer un ejercicio de imaginación:
imagina que has sido tú el que ha caído en una trampa que te han tendido y te
han cogido con las manos en la masa. Te han hecho una encerrona y te han
llevado ante Jesús, sabiendo que lo que has hecho es grave y que tienes pena de
muchos años de cárcel.
En el centro del grupo estás tú que
te han cogido robando o haciendo cualquier fechoría que según la ley es un
delito muy grave, como mínimo tienes 20 años de cárcel.
No tienes excusa de ningún tipo y
mientras todos te acusan a gritos, a tu lado se ha puesto Jesús que ha hecho
silencio y ha empezado a defenderte, sacando argumentos que tú no te hubieras
atrevido a pronunciar, porque sabes que nadie te hubiera creído y después de
hablar, resulta que has quedado libre de tu fallo, porque nadie se ha atrevido
a seguir acusándote.
Esta es la realidad que vivimos a
cada momento: todos nos acusan, hasta nosotros mismos, pues nos cuesta
perdonarnos, pero Dios Padre nos conoce mejor que nosotros mismos y sabe
nuestros puntos flacos, nuestras debilidades, y ve nuestras circunstancias… Y
es el único que nos comprende y nos perdona porque en su corazón no cabe el
rencor ni el odio, sino el perdón.. Y no solo eso, es capaz hasta de dar la
vida por nosotros, lo único que nos pide es que tengamos cuidado y “no pequemos
más”.
Por lo menos, que reconozcamos
nuestro fallo, nos demos cuenta que lo hemos hecho mal, pidamos perdón y nos
decidamos a cambiar nuestra vida.
Será lógico y justo que restituyamos
el daño que hayamos hecho, pero lo importante será sentirnos que Dios tiene
abierto su corazón y no nos niega su mano.