Cuando uno se detiene y reflexiona sobre la figura de la Virgen, de la Madre, de cada una de nuestras madres, desde un principio hasta el final del pensamiento la palabra central que gira en torno al mismo, es el “amor”.
Que grande fue Ella y que grandes sois todas vosotras que dais la vida a este mundo. Sin vosotras nada sería posible.
Sin Ella, nada hubiera sido posible, porque Dios no hubiera nacido, no hubiera sido uno de nosotros, a imagen y semejanza nuestra, por mucho Dios que fuera.
Sin embargo, decidió ser uno de nosotros y escogió a su madre para que le diera la vida, y todo lo que representa ese acto. Vosotras, madres, que dais la vida, dais el gesto de amor más grande que se puede dar en este mundo: ninguno puede superar esta expresión de amor. Por eso Dios tenia que nacer de mujer, de su madre, ”EL AMOR CONCEBIDO POR EL AMOR”. Pero no sólo dais la vida y ya está: estáis dando ese amor a vuestros hijos hasta el final, sin decir ni pedir nada a cambio, con piedras en el camino o con lo que sea, vosotras estáis ahí. Ella estuvo ahí hasta el final, incluso viendo a su hijo morir.
Me imagino que os ponéis sin dificultad en su lugar: ¡PERDER A LO MÁS QUERIDO! sin saber por qué, sin hacer nada, sólo por decir ”AMAOS UNOS A LOS OTROS”.
¡AMOR! es lo que nos dais desde el momento de nuestra concepción, sin ni siquiera saber como somos, o como seremos.
Por eso os decimos madres que sois lo más bonito de este mundo, ¡QUE LA QUEREMOS Y OS QUEREMOS CON TODA NUESTRA ALMA!, y como Ella y como vosotras ninguna.