Queridos hermanos:
Hay una experiencia que hemos compartido un gran número de personas, sobre todo entre los pobres: cuando en la casa antigua de los padres hubo que hacer una reforma, toda la familia se implicaba y cada uno hacía lo que podía y todos soñaban con el rinconcito que les iba tocar y cómo se iba a quedar todo aquello. La casa era sentida como el nido en el que se vivía a tope la fraternidad y cada uno se sentía parte de lo que componía el hogar.
Algo parecido ha ocurrido en la comunidad de San José: todos sentíamos la necesidad de adecuar este espacio para poder sentir el calor que la comunidad respira y después de ajustarnos todo lo que hemos podido, todos nos lanzamos a una especie de aventura: renovar nuestra casa y hoy tenemos la gran alegría de volver a poner nuestros muebles y sentarnos a celebrar con la comida de la fraternidad que es la Eucaristía.
Yo siento una alegría inmensa al ver cómo habéis sido capaces de llegar hasta aquí, creo que el Señor está hoy feliz, porque lo que habéis hecho es signo de la vida que tiene la familia. Creo que os lo merecéis. Pienso que también se merecen esta alegría estos tres hermanos: PEDRO, JUANJO Y TOMÁS, que en este momento de dificultad han estado al quite; ellos entregaron en esa comunidad sus mejores años, sembraron lo más lindo de sus vidas y soñaron con esa familia que se ha venido manteniendo en medio de todas las dificultades. Yo he sido el último que he venido a integrarme en el camino que tanto tiempo lleváis recorriendo, por lo que le doy gracias a Dios y a cada uno de vosotros que me habéis acogido con tanto cariño.
Sólo quiero deciros una cosa: si hemos arreglado nuestra casa es para disfrutarla y sentirnos a gusto con ella: que cada Eucaristía, cada celebración de los sacramentos sea una fiesta llena de cariño, de acogida y de solidaridad entre nosotros.
Deseo que el Señor os siga bendiciendo y os doy un abrazo con todas mis fuerzas.
OS QUIERO, MELITÓN