Todos lo que conocéis a Don Pedro sabéis de sobra que no es nada dado a la loa, por lo que le pedimos disculpas por anticipado. Pero resulta que el pasado domingo, en la misa de 12, vivimos gracias a él con una intensidad especial el Evangelio de las Bienaventuranzas.
Por más que lleve años entre nosotros, aún muchos nos seguimos sorprendiendo de que este veterano sacerdote viva cada Eucaristía, cada homilía, como ese seminarista que acaba de cantar misa por primera vez. En especial hay temas en el que se le nota una sensibilidad más intensa, como le ocurre con las Bienaventuranzas. Y que él lo viva así, nos ayuda a todos a hacerlo también, hasta tal punto que no pudimos evitar ese aplauso al acabar la homilía (que nos perdonen los puristas de la liturgia).
Ya han pasado dos días, Don Pedro, pero los ojos de ese niño que a usted le recordaban Bienaventurados los limpios de corazón me miran a mí constantemente y, como usted decía, son un reto: no podemos defraudarle.
Antonio José Sáez Castillo