"Que el Señor nos dé salud y un corazón grande para querernos y perdonarnos.
Feliz año 2.011"
Feliz año 2.011"
Melitón
Desde nuestro blog queremos felicitar a todos los que nos visitáis con un texto precioso de nuestro Beato Lolo titulado "Doce peticiones para otras tantas campanadas que inician el año".
Doce peticiones para otras tantas campanadas que inician el año
(Semanario “Signo”, 8 enero 1955)
Por Manuel Lozano Garrido.
Estoy ante Ti, Señor, en este instante fugaz, a caballo de dos tiempos. Hace frío y luce ahora un raro crepitar de estrellas. Se diría que todo descansa, pero el silencio de ahora nace de una duermevela electrizante.
¿Ves, Señor? En tus plazas y pueblos se han congregado muchedumbres con las frentes en alto; pero Tú no te hagas ilusiones, porque esos ojos que se desorbitan de ansiedad están hoy polarizados apenas por la estricta circunvalación de un reloj.
Es absurdo, mi Cristo, pero así es. “Entonces –dirás- ¿es que al fin se reúnen para amarse?”. No; en el fondo, esas células que integran lo que se llama la multitud tienen entre sí la repelencia de lo egocéntrico. Para ellos, en la autopista del tiempo corren hoy sólo dos leves saetas la carrera de lo personal. Apenas cuando crucen conjuntamente la cinta de las doce, oirás el estruendo con que cada uno festeja el aparente hallazgo de un seguro de vida.
Para entonces, quiero ofrendarte mi súplica.
He oído ya la puesta en marcha de una sonajería, y el martillo de bronce está en alto para la danza de las horas y el rigodón de la vida. En su honor, barrena ya la noche la pacífica metralla del champán y de lo que pudo ser tu sangre, el vino. Pero antes que, con las burbujas, tolera que te envíe, como doce recursos de urgencia, los telegramas de otras tantas súplicas para cada una de las doce campanadas que inician el año.
I
Humildad.
Para este primer tañido, permite, Señor que dé la primacía a la Humildad. Para mí y mis hermanos te pido la gracia que nos haga esos niños que aseguran tu reino.
Desde las encrucijadas que son las fronteras hasta los círculos que delimita el carácter, se escucha el restadillo de un látigo de soberbia. Cada día, en el altar del “dios Yo” se inmola el amplio holocausto que va desde la flor silvestre de la libertad humana hasta el bárbaro genocidio de los pueblos. Por eso, Cristo, revitaliza la lección de tu presencia junto al hedor del establo. Que por ella se extinga en nuestros corazones la sed de dominio y el “non serviam” que estamos coronando. Que vuelva la personalidad para el hombre, y la ciencia te sitúe como eje de sabiduría. Que caiga sobre nuestra cerviz tu yugo, que más que yugo, es un divino carisma.
II
Pureza.
Tú, el Puro, el eternamente Santo, haz que, al segundo repique, nuestro corazón florezca como una nevada de azucenas, y en el mundo se apague el fuego de lujuria que relampaguea en tantas pupilas. Te rogamos no hagan falta piedras de molino, porque en lo venidero se prolongue la edad de oro de la inocencia en los niños; porque en el ánfora de cristal de la adolescencia arraiguen tus lirios y se dilate la mirada limpia y el tesoro de la virginidad. Que a la gracia de la mujer, reflejo de tu belleza, la cale el recato y no la aje el deseo que alumbra en el hombre la cruda vanidad femenina o la ostentosa picardía. Que, en el hogar, el placer y el egoísmo no consumen el crimen, sellando la fuente de la vida, y la familia sea crisol donde se fragüen las más caras virtudes.
III
Ejemplaridad.
Con el tercer toque, acércanos la ejemplaridad. Tú lo sabes. En esta hora de España[1] se lleva el nombre de católico, y hasta es un buen barniz para medrar. De aquí que tintineemos nuestra presencia en los templos, entre tanto que la canción del gallo nos alcanza, reiterándote la negativa de los actos. El que blasona de sociólogo sacrifica al lucro la justicia del salario; el artista da su palabra y luego te niega el tributo de su arte; el escritor alardea de confesional y luego erige un prostíbulo en cada cuartilla; la mujer hace esquife de una cruz sobre el pecho, mientras con la desnudez iza en los corazones banderas de lujuria. Alcánzanos, Señor, la laboriosidad consecuente. Jesús, que vayamos por la vida huella sobre la huella tuya, a quien nadie pudo argüir de pecado.
IV
Fe.
Te suplicamos, al par, la Fe; una fe colosal, como de incendio cósmico ¡Sálvanos, Señor, que perecemos en la sin razón que te niega! ¡Que nos asfixia la angustia existencial! ¡ Cómo no han de derruirse tantas obras, si están sobre el fatuo castillo de las quimeras egoístas!.
V
Esperanza.
También la Esperanza cierta en un mundo que ha de mejorar porque Tú estás con nosotros. A los que se encuentran en una encrucijada de amargura por el desengaño de las ideologías, aflórales la certeza en la bella aventura que es tu reino. Y a los que, con tu armadura al brazo, sienten bajo los pies la conmoción telúrica de los infiernos, actualízales tu promesa de inconmovilidad para la roca de Pedro.
VI
Caridad.
Y la Caridad, sin la que somos como címbalos que retiñen. Caridad, que es amor sin regateos a esa escala que te tiene a Ti como jerarquía y que supone un galopar de ciervo hasta tus fuentes, pasar la esponja sobre las ofensas y hasta besar la mano homicida; la que entraña un sentido literal de la palabra compasión: padecer con, estar crucificados continuamente con la lacra de los sin techo y sin pan, los de jornal menguado y necesidad infinita; taladrados con la ceguera de los sin luz –sin tu divina luz- en lejanas paganías o, en la más triste, del voluntario abrazo con la culpa.
VII
Prudencia.
Que no es el cicatero quedar en casa, arrebujados, en la inhibición del avestruz. Prudencia, a la que faltamos sobrepasando el gesto o dejándolo alicorto. En la palabra, la presencia o la expresión ni la tosca rigidez que ofende a la caridad, ni el halago innecesario o la hipócrita sonrisa que envanece.
VIII
Justicia.
¿Has visto, Señor, qué gran poder el de la carta de recomendación y el dinero? Un sobre azulado puede quebrar la vara del magistrado, el fallo de la cátedra, la rectitud del mandatario o los deberes de la empresa. El escándalo de nuestras torcidas ejecutorias te ha atrincherado tras los muros del templo; y el obrero, identificando tu doctrina con nuestras conductas, se ha vuelto de espaldas y escucha ya el canto falaz de los mercenarios.
IX
Fortaleza.
El dolor tremente y la tortura de los mártires se dilata hoy en la Iglesia aherrojada. El mundo es ya como un inmenso clamor de tormento. ¡Señor, que los del silencio sean fuertes en la confesión de la fe! Para nosotros, esa no menos necesaria fortaleza para vencer la tentación en acecho.
X
Templanza.
¿Verdad, Señor, que en esta noche sería curioso resucitar la vieja aventura del Cojuelo? Bajo los techos, ¿qué frecuencia de bacanales en aras del “dios Vientre”! Y, por contrasentido, ¡qué abundancia de hogares con miembros famélicos y niños paupérrimos! Da miedo, también, retrotraerse a los 365 días idos, elevados, con cualquier pretexto, al rango de efemérides gastronómica. Por el ansia de los que dilatan sus ojos al pasmo y al oído; por el peligro de nuestra brutalidad naciente, que germine en cada mente una decisión de templanza.
XI
Prosperidad.
No puede faltar a la prosperidad un hueco en esta rogativa. También la concreción de lo necesario. Hasta Ti llega lo accesorio de nuestro afán. La espiga sin el agua, el sol o el viento; la máquina sin los veneros que se electrifican; la vida y la familia sin el sustento cotidianos, son Babeles condenadas de antemano. Tú, que das trémolo al pájaro y clámide al lirio, encarrila los vientos, escancia las nubes, mansifica el regato y ordena, en suma, la próvida riqueza del mundo, supeditándola a un destino de amor.
XII
Paz.
Cae ya, redonda, broncínea, contundente, la vibrante campanada de las doce. En el aire, con el temblor de la resonancia, queda como un deseo infinito, el de mi petición de Paz. ¿Hubo nunca, Señor, adulteración como la que existe en torno a la trilogía bendita que es la palabra paz? Por doquier, infinitos labios claman su nombre, entretanto que el fusil tercia los pechos y contiene apenas un alarido de combate. Aún ante los ojos las ruinas recosidas de la guerra, se ultima la puesta a punto de un nuevo Apocalipsis, al par que se inicia el rodar de los cañones. Queremos tu Paz, aquella que un día cimentaras sobre la rústica pesebrera de Belén, y cuya esencia pormenoriza a diario la palabra y el gesto de Pío XII. Que grane en nuestro corazón la espiga de esa voluntad buena que lleva consigo una promesa de eterna convivencia.
[1] Nótese que el autor escribe en 1954…