¡Nueva carta de nuestros amigos Antonio y Ana desde Ecuador!
Con mucho cariño para ustedes, nuestros amigos.
María Quinche: una condena con amor
Han sido seis años de camino y vida compartidos detrás de rejas, fuiste la primera madre encarcelada que conocimos y la última también en conseguir su libertad, la madre afanada y la siempre amiga.
Engañada y condenada, pagaste los platos rotos de ser mujer, de tener miedo, de ser maltratada, de no atreverte a denunciar, de no ser escuchada por tu compañero, quedaste sola, enjuiciada hasta por los que decían ayudarte, ninguneada.
No supieron leer tras tus ojos, ni ver la profundidad y sencillez de tu alma, no quisieron escuchar, sólo señalaron y como jauría enfurecida todos lanzaron la primera piedra, sin entender que no fue esa la que te hirió. Tu dolor era más fuerte y profundo, los demás golpes ya no los sentías, el dolor verdadero salió de tus entrañas y eran vidas arrancadas de tus manos.
Desde tu cruz fuiste nuevamente esperanza, apoyo y consuelo para otras almas condenadas tras esas mismas rejas, y tú, contra todo pronóstico brindaste: alivio a sus enfermedades, consejo en sus encrucijadas y cariño en la soledad de la cárcel. Todo esto lo hacías desde el silencio, sin llamar la atención, sin que sepa la derecha lo que hace la izquierda, atenta y sensible al dolor de tu prójima, apaleada y caída…
Alguna vez conversando contigo te preguntábamos: "Pero María ¿dónde están esos que te defendían? ¿dónde los amigos, los que hicieron bandera con tu causa?" Tus ojos nos dicen decían con resignación: ¡y a quién le importa!
Pusiste a tu hijo, tu tesoro más querido, en nuestras manos, para que no cumpliera contigo la condena entre cuatro paredes, sin olor a juegos. Conociste el Hogar de Belén pues la directora de la prisión accedió a traerte y le diste una nueva oportunidad a la especie humana. Nos abriste tu vida, tus sueños y anhelos, trabajo y sacrificios, y hasta volviste a encontrar un sentido para tu vida. Juntos, con más corazón que otra cosa, luchamos por construir un futuro, un nuevo proyecto lejos de los justos, de los que todo lo saben, de los que señalan, de los perfectos, de los que oran de pie en mitad del templo, los sin mancha.
Es hora de partir amiga, de que las puertas se abran y el viento te empuje otra vez hacia la vida. De que te dé alas para comenzar ese proyecto, seguro que mejorable, pero al fin, tuyo, que es lo importante. Perdónanos porque no siempre supimos darte lo que necesitabas, por no tener más tiempo para visitarte; por dejarte, a veces, fuera de nuestras vidas a pesar de que cuando rezábamos pensando en ti, aprendíamos siempre algo nuevo y nos dabas ejemplos de verdadera entrega, del Amor de Dios, del sentido profundo del perdón.
Nunca llevaste las cuentas y, sin que lo sepas, tu llamada, esa llamada prometida hacía tiempo, nos recordó la importancia de la presencia, del estar, del acompañar, del llorar y reír juntos, de la verdadera Pastoral Carcelaria: estuve en la cárcel y me acompañaste. Tus palabras fueron como tú, sencillas y cercanas: ¡Ya salí amigo, ya estoy libre y le llamo como le prometí! Perdónanos amiga, tú fuiste la verdadera misionera, la que llevó a Dios tantas veces a nuestras vidas, la que testimonió, la que nos acercó a otras internas, y se preocupó por las que estaban enfermas, la que nos llamó preocupada por los niños que quedaron abandonados tras la detención de sus padres-madres, la que hizo de puente solidario con tantas vidas desvalidas.
Gracias por tu amistad, por tu confianza, por tus ejemplos, por tu sencillez, por dejarnos ser tu familia y por querer ser tu también parte de la nuestra. El próximo lunes iremos a recogerte, para que pases el día en casa, en ésta que siempre será también tu casa, pues como tú nos decías, lo que nos da Dios es para compartirlo, acá todos estamos de paso.
Hasta siempre amiga.